22 de diciembre de 2009

bovarismo. oh! ella soy yo! literatura para leer en el subte, che!

La asesina de Lady Di
Alejandro López
Adriana Hidalgo Editora
Buenos Aires, 2001
170 págs.

Por Guadalupe Salomón
Pareciera que la literatura argentina se empeñara en robarle sus potenciales luminarias al cine nacional. Casi una condena.
La asesina de Lady Di se inscribe en una tradición en la que una anécdota de Manuel Puig funciona como respuesta ciega a una pregunta que César Aira formula muchos años después: “¿Por qué el cine argentino viene siendo consistentemente malo y no lo afectan las buenas intenciones, el trabajo, el talento, las buenas ideas que fatalmente tendrían que darse de vez en cuando?”. En el prólogo a una adaptación de un relato de Silvina Ocampo –y de manera casi obsesiva en muchos otros lados– Puig cuenta su ingreso a la literatura como un desvío involuntario respecto al guión. La traición de Rita Hayworth literalmente se le fue de las manos cuando una voz en off se transformó involuntariamente en novela ante sus ojos.
La anécdota de Puig ilumina la sentencia de Aira: el gran cine nacional subsiste como procedimiento exacerbado, enloquecido, en la literatura. Y es este mapa plebeyo, entre Puig y Copi, el que alberga cómoda y orgullosamente a La asesina de Lady Di.
La anécdota es simple: Esperanza, una adolescente entrerriana, huye de su pueblo hacia Buenos Aires con el único objetivo de tener un hijo de Ricky Martin; sus armas, un inagotable sistema de citas televisivas y los saberes aprendidos en revistas del corazón. Así dicho, parece trivial. Lo contrario sería pensar que la banalidad del argumento se ve desmentida por la complejidad de la trama. Lo justo es decir que Alejandro López toma lo trivial con la gravedad del caso: nada es un ejemplo, nada es un chiste. Porque el mundo de Esperanza no es un collage de citas puestas allí para halagar la memoria del lector; por el contrario, se trata de un aparato hilarante y demoledor que apenas se sostiene por el rabo de una verdad: la foto de diario, la televisión, la guía telefónica, la noticia radial no son las trampas en las que muere la experiencia, sino su posibilidad a la vez proliferante y mutilada (en las antípodas de la versión paranoica: The Truman Show). Destinada a la fama y a la magia –sólo por efecto de su relato algo petulante– Esperanza es una Nené devenida en una Carrie vengadora que resguarda sus acciones en el enojo o la piedad impostados de una locutora de noticiero. Como Carrie, La asesina de Lady Di pide a gritos su versión cinematográfica; como Boquitas pintadas, se le resiste. Porque el desvío de la novela es definitivo y el montaje de su lengua, invisible como continuidad cinemática: las escenas, las tomas, las minuciosas descripciones, la mirada milimétrica sobre los cuerpos, los colores de esmalte, la tramposa claridad de los objetos son desmentidos por la naturaleza paradojal de las figuras. Los dibujitos apenas esbozados de La mujer sentada de Copi, podríamos decir, trazan el límite de su intermitente representabilidad.
Sin ánimo de discutir aquí la comprobación fáctica de la afirmación que encierra la pregunta de Aira, lo cierto es que, en ese mundo posible, La asesina de Lady Di se lee de un tirón, como una buena película, o como un relato de Puig, Silvina Ocampo o el propio Aira.

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